domingo, 22 de julio de 2012



Lo miras fijamente durante unos instantes. Cierras los ojos mientras alargas la mano hacia él. Es áspero. Lo abres. Coges una. La muerdes y te sientas en el suelo de la cocina, en una esquina. Cierras los ojos y piensas en todos estos días. Recuerdas las noches en vela y las palabras que se resisten a salir de tu boca. Te das cuenta de que hagas lo que hagas, algo saldrá mal y dolerá; es inevitable. Irreversible, quizás. Te sientes como Alicia. Has mordido el trozo equivocado de la seta. Y el gato de Cheshire lleva ya tiempo sin aparecer. Te vas a tomar algo para dormir: pastillas para no soñar. A Sabina le funcionan. Te vendría bien un abrazo. ¿Pero qué te está pasando? Te duele la cabeza. Vas a dejar de morderte las uñas. Mañana mismo vuelves a ponerte pendientes. Al menos has dejado de fumar. Casi. Y que no se le ocurra a nadie decirte lo contrario. Es el día perfecto para mandar a la mierda sin remordimientos. Suena el teléfono. Te quedas donde estás. No sabes quién es, pero sabes quién no es. Que conteste el Sombrerero Loco. Anda, ilusa. Ya va siendo hora de que te hagas mayor. Empieza a ser constante, a pensar en tu futuro, olvídate de todo lo que se supone que está mal y estudia. Sobretodo estudia. No querrás terminar viviendo debajo de un puente. O teniendo que casarte por dinero con un cerdo narcisista. Eso sí que no. No señor. Señora. Se ha hecho de noche.

Y cuando te quieres dar cuenta, has metido el último trozo de galleta en tu boca... y no te han sabido a nada.



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