lunes, 30 de julio de 2012



Ven, que te voy a contar un secreto. Acércate más. ¿Me prometes no decírselo a nadie? Aún me acuerdo de la última película que no terminamos de ver. Y de que me salvaste con 15, con 18 y con 20. Que no eres un salvavidas, no; eres mejor. A veces me sacas de quicio y a veces me vuelves loca. Pero del revés. Como a mí me gusta. No me has llamado. ¿Dónde estabas? Mañana intentarás volver conmigo a casa. "Por los viejos tiempos", me dirás, "cuando yo te invitaba a galletas y tú me escondías en el armario de tu habitación." Eres mi monstruo de las galletas; por las galletas y por el armario. Te gustan las nueces, los ombligos y la ropa interior negra. Y es que ya van muchos años. Y yo cada día te entiendo menos, y tú cada día me entiendes mejor. O no, aún no lo sabemos.

 Pero nos queda tiempo.



lunes, 23 de julio de 2012




Voy a llenar una maleta de por si acasos. Me pondré un vestido bonito y me recogeré el pelo. Caminaré con la cabeza baja, entre triste, tímida y asustada y al llegar a la estación pediré un billete para el próximo tren que salga, sin que importe su rumbo. Me sentaré en el andén, prenderé un cigarro; me convertiré en la ficticia modelo de una ficticia fotografía en sepia o blanco y negro. Oiré el tren a lo lejos. Me pondré en pie y entrecerraré los ojos intentando atisbarlo. Se detendrá estrepitoso. Bajarán personas, no subirá ninguna; solo yo. Elegiré asiento; a la izquierda, junto a la ventanilla. Estará anocheciendo. El cielo se deshará en pinceladas de azul, verde, amarillo y naranja. El tren arrancará. Respiraré hondo.

Y entonces, y solo entonces, miraré el billete para saber cuál va a ser mi lugar de destino.



domingo, 22 de julio de 2012



Lo miras fijamente durante unos instantes. Cierras los ojos mientras alargas la mano hacia él. Es áspero. Lo abres. Coges una. La muerdes y te sientas en el suelo de la cocina, en una esquina. Cierras los ojos y piensas en todos estos días. Recuerdas las noches en vela y las palabras que se resisten a salir de tu boca. Te das cuenta de que hagas lo que hagas, algo saldrá mal y dolerá; es inevitable. Irreversible, quizás. Te sientes como Alicia. Has mordido el trozo equivocado de la seta. Y el gato de Cheshire lleva ya tiempo sin aparecer. Te vas a tomar algo para dormir: pastillas para no soñar. A Sabina le funcionan. Te vendría bien un abrazo. ¿Pero qué te está pasando? Te duele la cabeza. Vas a dejar de morderte las uñas. Mañana mismo vuelves a ponerte pendientes. Al menos has dejado de fumar. Casi. Y que no se le ocurra a nadie decirte lo contrario. Es el día perfecto para mandar a la mierda sin remordimientos. Suena el teléfono. Te quedas donde estás. No sabes quién es, pero sabes quién no es. Que conteste el Sombrerero Loco. Anda, ilusa. Ya va siendo hora de que te hagas mayor. Empieza a ser constante, a pensar en tu futuro, olvídate de todo lo que se supone que está mal y estudia. Sobretodo estudia. No querrás terminar viviendo debajo de un puente. O teniendo que casarte por dinero con un cerdo narcisista. Eso sí que no. No señor. Señora. Se ha hecho de noche.

Y cuando te quieres dar cuenta, has metido el último trozo de galleta en tu boca... y no te han sabido a nada.