miércoles, 30 de noviembre de 2011

El pianista



Me despedí de mi amigo en la terminal. Compré un vaso de fruta con chile, limón y sal y esperé al metro entre la oleada de personas que, día tras día, realizan como zombies el mismo recorrido para ir a trabajar, al mercado, a encontrarse con alguien, a su casa.
Me subí al último vagón y me senté en el suelo, pegada a la pared. Dos estaciones después ya estaba completamente escondida entre zapatos de tacón, mocasines y zapatillas. Escuchaba música y masticaba consciente de que sería de las últimas veces que podría comprarle fruta al hombre del puesto de Taxqueña.
Miré al frente y vi unos pies distintos a los demás. Eran unos zapatos de hombre, pero no unos zapatos nuevos, incómodos y horribles; eran unos zapatos muy peculiares, de cuero, muy desgastados. Unos zapatos bohemios. Subí por sus pantalones, hice una pausa en su cremallera, recorrí por su camiseta y llegué a una cara de hombre joven, de no más de treinta años, como nos gustan a las veinteañeras, con una barba de varios días y el pelo despeinado. Murmuraba algo mientras entrecerraba los ojos. Parecía cantar pero no escuchaba música. "¿Estará hablando solo?", pensé. Pero luego levantó su mano; llevaba un papel que, por lo que entendí, intentaba memorizar.  Y luego, simplemente, puso sus manos, papel incluído, unos centímetros por delante de él, a la altura de su cintura y tocó un piano inexistente. "Así que es músico." Unos segundos después bajó las manos. Se sintió observado, supongo, y me buscó la mirada. La encontró y se la sostuve. Me sonrió. Le devolví la sonrisa. Se tocó la cara en un gesto nervioso. Ya no tarareó más. Nos limitamos a buscarnos entre la marabunta de pies que nos separaban; apenas un metro de distancia. Unas estaciones después el vagón empezó a llenarse demasiado, así que pensé en ponerme de pie. Le miré de nuevo e intenté levantarme de la forma más elegante posible, aunque era perfectamente consciente de que eso en mí era difícil. Me sujeté a una barra justo a tiempo para no caerme cuando el metro llegó a la estación. Muchas personas se amontonaron contra la puerta. El pianista me miró. Se movió ligeramente con el resto de la muchedumbre. "No te bajes. No. No." No estoy segura de si lo pensé o llegué incluso a murmurarlo. "No te bajes." Se abrió la puerta, y se bajó. Me acerqué a la ventana y alcancé su última mirada. Volví a sentarme en el mismo sitio que antes y pensé: "Y ahí, así de fácil, se va el amor de mi vida. O el polvo de una noche que, al fin y al cabo, viene a ser lo mismo."





jueves, 17 de noviembre de 2011





¿Qué sentido tiene preocuparse por alguien que no quiere que se preocupen por él?



viernes, 11 de noviembre de 2011

jueves, 10 de noviembre de 2011





Decida lo que decida, después de haber elegido voy a pensar, irremediablemente, que me he equivocado, así que... ¿qué sentido tiene?


Voy a hacer las cosas sencillas. Ahora bien; ¿pinto pinto gorgorito o cara o cruz?





jueves, 3 de noviembre de 2011

A.



Tardé mucho tiempo en entender porqué se portó así conmigo y en entender también porqué se lo permití.
Con el tiempo me di cuenta de lo difícil que le resultaba tomar una decisión y estar seguro de que era acertada. También comprendí sus cambios de humor repentinos e incluso algunas de sus mentiras.
Entendí su desconcierto cuando le dije adiós, aunque él me lo hubiese dicho muchas veces antes a mí. Supongo que nunca pensó que llegaría la definitiva.


Descubrí todos sus fantasmas. 


Ahora solo me queda entender porqué lleva casi tres años sin hablar conmigo y porqué yo aún me acuerdo de él de vez en cuando.